miércoles, 29 de abril de 2009

"Conclusiones del Foro de Bioética, Ética, Mediambiente y Ciudadanía" organizado por la mesa Óscar Romero

El P. Marco Arana presentó el video “El agua es Vida" y sobre la realidad de la intervención minera en Cajamarca que produce un grave deterioro de las condiciones de vida de la población en general y especialmente del campesinado. Nos llevó a la reflexión cómo una intervención minera irresponsable afecta la vida de un pueblo con graves consecuencias para el futuro.Y quizás hoy nos convoca una vez mas, fecha en que celebramos el “día de la tierra” de asumir nuestro compromiso de cuidar nuestro planeta, hogar común de todos, y no dejar esta responsabilidad únicamente al pueblo de Cajamarca, sino nos exige reconocer que el deterioro del medio ambiente es un problema de todos.

Celia Tovar, con el tema “Ética y ciudadanía”, nos habló sobre el sentido y exigencia de ser ciudadanos plenos y responsables de la construcción de una sociedad saludable y armónica. Ser ciudadanos, implica ser parte de una comunidad organizada que se compromete con ella, reconociendo que todos tenemos los mismos derechos y deberes. No podemos aceptar que algunos solo deben cumplir obligaciones y otros se apropien de los derechos. Nos exige una participación activa y responsable para que esta igualdad sea respetada por todos y todas.

Para ello nos recalcó dos criterios éticos fundamentales que deben guiar nuestra participación, ya que todo lo humano tiene una dimensión ética. Dimensión ética de nuestra vida que nos invita personal- y comunitariamente a una reflexión crítica de analizar que va en contra de nuestra dignidad.

Reconocemos la dignidad de la persona como el criterio ético básico a cuya luz se debe analizar todas las acciones humanas. Y este primer criterio esta íntimamente unido al segundo que se base en la justicia, como valor principal en la vida social. Entendiendo la justicia no solo como un acto aislado, sino insertada en las estructuras mismas de la convivencia humana.

Para ello nos planteó como desafíos:
  • Desarrollo humano integral y sostenible, entendiéndolo no únicamente como crecimiento económico, sino como el desarrollo de todas las potencialidades de cada ser humano y este debe ser asegurado también para las futuras generaciones.
  • No aceptar la corrupción generalizada como una realidad, ´por tal que se haga obras´, sino nos exige una vigilancia ciudadana frente a la gestión pública para que ésta sea transparente y dirigida al respeto de toda vida, humana de nuestro hogar común, la tierra.
  • Asegurar que el manejo del poder se haga con sentido crítico dirigido siempre al bien común de todos.
P.Christian de Paul de Barchinfontaine, religioso Camilo del Brasil, aportó desde una mirada de “Bioética y ciudadanía” profundizar los temas anteriores. En primer lugar nos hizo una diferenciación entre los conceptos de moral., ética y bioética.Moral parte de los valores consagrados por los usos y costumbres de una sociedad y que son elegidos y asumidos libremente por los diferentes individuos de ella. Es decir los valores existentes en una sociedad son acogidos por las personas, van desde afuera hacia adentro.


Ética es un juicio de valores que parte de la reflexión crítica de cada uno y se evidencia en los actos y la práctica de nuestra vida. La dignidad humana es el eje central de la reflexión pero aplicada a la realidad concreta de la vida, en este caso parte de lo interior y se expresa hacia fuera.

Bioética es una ciencia que se basa en ética en la vida, empezó a desarrollarse desde la década de 1970 y refleja la preocupación por el futuro. R. Potter, quien usó por primera vez este término “bioética”, plantea que la reflexión bioética es el puente hacia el futuro, su preocupación parte de la necesidad que la ética debe ser el eje para definir las decisiones sobre la vida, la salud, y el medio ambiente y no dejarlas a la posibilidad del avance científico y tecnológico.

La ciudadanía es el control social de la gestión pública y la bioética sirve como instrumento para analizar la convivencia cotidiana, donde el bien común debe ser el eje central para evaluar si se cumple con la promoción del desarrollo y la satisfacción de las necesidades básicas de todos, especialmente los mas vulnerables en nuestra sociedad. La finalidad de los ciudadanos o la sociedad civil es vigilar y controlar que el estado cumple con la obligación de asegurar las necesidades básicas de todos/todas.

Resaltó que para ello nosotros como miembros de la Iglesia tenemos la invitación de asumir compromisos concretos:
  • Con la dignidad humana y vida de todos

  • Vivir y testimoniar la alegría que nace de nuestra fe en el Resucitado
  • En nuestras comunidades cristianas preparar políticos con valores que aseguren que la política sirva al bien común y no a intereses ajenos a la vida y dignidad de todos.

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martes, 21 de abril de 2009

Llamados a ser mártires y educadores

Por: Juan Vilcabana
Miembro de la Mesa Mons. Óscar Romero

En la actualidad América latina es la región con más desigualdad que existe en el mundo. En una misma zona podemos encontrar familias que no tienen los medios necesarios para subsistir y otras que por demás lo tienen todo, hasta lo innecesario.

“La pobreza es la peor forma de violencia, porque hace patente la injusticia”, nos decía Mahatma Gandhi, y claro, el sistema económico imperante ya no sólo explota personas sino también las excluye, las saca, las retira de un mundo donde ellos y ellas no son necesarios, no tienen valor y no participan. Es una economía que no está a favor de los pobres.

Y esta condición, a pesar de tener su origen económico, también involucra otras dimensiones del ser humano. Hoy “los pobres no son sólo los que carecen de lo necesario para vivir sino también los que no son tomados en cuenta a la hora de reorganizar la sociedad y decidir las medidas socio-politicas que han de incidir en sus vidas” (1)

Los ancianos, los discapacitados, los enfermos, los desempleados, las mujeres, los niños, los jóvenes, las comunidades nativas de la selva, los campesinos y muchos otros son los rostros de la pobreza que encontramos en nuestro medio, que están paradójicamente presentes pero invisibilizados por sistemas de gobierno que dan prioridad a intereses privados en desmedro de las mayorías.

Esto lo entendieron muy bien figuras notables de la Iglesia latinoamericana que junto a organizaciones sociales dieron la cara para enfrentar un sistema injusto y excluyente. Ellos y ellas se colocaron al lado de los pobres para enfrentar un sistema de opresión que sólo unos pocos poderosos defienden y sostienen.

Pero esto no ha sido tarea fácil. Muchos de ellos fueron perseguidos y asesinados por gobiernos intolerantes y cobardes. Ahí tenemos a Monseñor Óscar Romero en el Salvador, junto a una larga lista de hombres y mujeres que en Latinoamérica murieron porque estuvieron al lado de los gente para construir desde ahí, desde sus barrios y empobrecidas calles, otro mundo mejor.

Los mártires del barrio

¿Pero serán estos notables mártires los únicos llamados a generar grandes cambios? Creemos que no. Hubo más y siempre habrá más: los desconocidos, los más numerosos, los anónimos que hicieron y hacen posibles varias cosas. Ellos y ellas que dan su vida una y otra y otra vez, en el día a día.

Así como creemos en la labor que realizó Mns. Oscar Romero, también creemos en esta gente que lo acompañó, que trabajó con él, luchó con él, y que sin su apoyo poco se hubiera podido hacer desde la catedral todos los domingos por la mañana. Y estos mártires anónimos aún nos acompañan, los vemos todos los días en el mercado, en la calle, en las plazas, en el trabajo, en la escuela, en los lugares más comunes desde donde se construye una sociedad mejor.

El mismo carisma que inspiró la vida de Oscar Romero también está presente en los dirigentes de las organizaciones sociales, en las madres organizadas, en los jóvenes que se reúnen para pensar un mundo mejor, en las asociaciones de enfermos que luchan por su presencia en un sistema que los deja fuera, en los ancianos que no aceptan el hecho de ser descartados y abandonados, en las mujeres cuya lucha por sus derechos sigue adelante, en los comerciantes que apuestan por una economía sustentada en la solidaridad y no en el lucro, en los discapacitados que exigen un trato justo, en las mesas de trabajo, en los comedores populares, en la pastoral de la Iglesia.

Ellos y ellas son los mártires de ahora porque no se resignan a un medio que consideran injusto sino que luchan día a día. Se despiertan en la mañana con la consigna de buscar mejorar las condiciones de la gente y se acuestan de noche (a veces muy pero muy tarde) concientes de que la tarea aún continúa.

Desde nuestra labor como educadores sociales

Pero América Latina no sólo es un continente de problemas, de desigualdades y de pobreza, sino también es “el continente de la esperanza”(2) Posee una fe grande capaz de generan grandes transformaciones.

Los mártires anónimos forman organizaciones, se articulan entre ellos y fortalecen el tejido social. A partir de allí construyen propuestas de cambio con la gente. No les dicen qué hacer, sino que provocan espacios de análisis, reflexión, actitudes y acciones concretas para mejorar sus condiciones de vida.

Cumplen un rol de educadores sociales, apuestan por cambiar la sociedad desde la forma de educación que profesamos, una cuyo centro no son las aulas y carpetas sino la sociedad misma, desde todos sus espacios donde se desarrolla su vida, una educación democrática y social.

Este proceso de diálogo, que en suma es el sustento de la educación que propone el educador Paulo Freire, se basa en el amor, que provoca buscar mejores condiciones de vida para todos, preferentemente para los más necesitados. Se basa en la humildad, porque rompe la jerarquía (aplastante) absoluta del “sabio que enseña al ignorante”, y también se basa en la fe a la gente misma.

“No hay diálogo si no existe una intensa fe en los sujetos mismos, en su poder de hacer y rehacer, de crear y recrear, fe en la vocación de ser más”(3). Esta fe es prerrequisito para entablar un dialogo con la gente, sin ella el diálogo no vale nada.


Esto lo entendió Monseñor Oscar Romero, educador de educadores sociales. Desde sus homilías que se transmitían a nivel nacional todos los domingos exigía respeto y valoración a los pobres y más necesitados, pero al mismo tiempo creía en su capacidad. No los veía sólo como victimas indefensas e incapaces de hacer nada. No. El veía poder en ellos, potencial de construir nuevos caminos, de liderar propuestas, lograr cambios.

Y los educadores sociales de ahora también lo entienden así. Ellos y ellas creen que su bienestar está relacionado con el bienestar de los demás, No se ven como los sabihondos que se encuentran con los ignorantes, sino como personas en comunicación para construir juntos algo nuevo, creen en las personas, en su capacidad de cambio, en su potencial transformador.

Por eso buscan construir ciudadanía desde donde están: participan de las decisiones colectivas, imaginan programas, se asocian para lograr un entorno mejor. Están concientes de que los cambios políticos no se realizan solos, que no dependen únicamente de las elecciones democráticas sino en el trabajo y participación antes y después de un simple proceso electoral(4). Y todo esto a cuestas de que muchas veces no disponen de los medios necesarios para su subsistencia.

“No crean que yo he venido a traer paz al mundo; no he venido a traer paz, sino guerra”(5) nos dice el Evangelio de San Mateo. Y claro, esta labor no es sencilla. Jesús nos recuerda que no es esa paz de quedarse en casa y no mirar lo que pasa a nuestro alrededor. Nos invita a construir otra paz y eso implica algunas veces perder la vida por sectores de poder intransigentes y otras entregarla día a día, sacrificando horas de sueño, horas de descanso familiar, horas y más horas, pero entregadas con amor, esperanza y fe.

“Ser libre es difícil” decía Mons. Oscar Romero, pero también es necesario para preservar nuestra dignidad como seres humanos. El mundo los necesita, seamos los mártires de ahora desde la Iglesia, seamos los educadores sociales que proponía Paulo Freire, y también seamos la esperanza de nuevas generaciones, que ven en nosotros, un testimonio y esfuerzo por entregarle una sociedad cada vez mejor.

03-08-2008


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(1) Pablo Thai-Hop, “Los excluidos, extraña criatura del nuevo paradigma tecno-científico, http://www.servicioskoinonia.org/relat/120.htm

(2) Durante la inauguración de la V Conferencia del CELAM, el Papa Benedicto XVI dijo que America Latina era “el continente de la esperanza” debido al “rico tesoro” que posee, que es la inmensa fe en Dios y en su proyecto de vida.

(3) Citado por Juan Manuel Fernández Moreno, “Paulo Freire: Una propuesta de comunicación para la educación en América Latina”, en Comunicación Educativa, 1999, Quito, Leonela Cucurella (compiladora)

(4) La capacidad de compromiso social y político nos convierte en ciudadanos, nos dice Joseph-Maria Terricabras, propone una activa participación en los “asuntos públicos”, sentirnos que la solución de los problemas dependen de nosotros. “Súbditos o ciudadanos”, en Agenda Latinoamericana 2008, pág. 44. / agenda.latinoamericana.org

(5) Mateo, 10: 34 Dios Habla Hoy, SBU

jueves, 16 de abril de 2009

Romero: la dimención socio-política de su presencia, compromiso y testimonio, a 29 años de su martirio

Por: Luis Enrique Marius
Uruguayo, fue dirigente de la Central Latinoamericana de Trabajadores (CLAT), ponente en el Sínodo de los Obispos sobre la Misión del Laicado en el Mundo del Trabajo, es Director General del CELADIC (Centro Latinoamericano para el Desarrollo, la Integración y Cooperación) y Asesor del CELAM (Consejo Episcopal Latinoamericano)
A finales del año 1978, tuve la oportunidad de reunirme por casi dos horas, en el Palacio Arzobispal de San Salvador con Mons. Romero.

Fue en la etapa más dura de su responsabilidad pastoral, entre los años 1977 (12 de Marzo, asesinato del Padre Rutilio Grande, su gran amigo) y 1980 (24 de Marzo, momento de su cobarde y alevoso asesinato).

Me encontré con un hombre que el poeta argentino Atahualpa Yupanqui define como “los que ponen el gesto delante de la palabra”.

Me produjo dos sensaciones que naturalmente se complementan en las personas que no “observan”, sino que “viven” su realidad.

Por una parte, perplejidad y angustia al constatar tanto odio y maldad presentes en el corazón de muchos de sus compatriotas, que los llevaban a cometer atrocidades en desmedro de personas inocentes por el simple hecho de discrepar por ideas e intereses diferentes; y por otra, la responsabilidad que sentía como pastor, de ser voz de los que no la tienen, y asumir la doble dimensión de su compromiso cristiano en denunciar y anunciar, encarnar las angustias de los más excluidos y perseguidos, y sembrar la esperanza en la justicia y el amor.

Compartimos informaciones y análisis sobre las causas, pero especialmente, como enfrentar las consecuencias de esa polarización que arrastraba y devoraba a todo un pueblo hacia una cultura de la violencia y la muerte.

Fue la primera y única vez que pude verlo personalmente y me causó una muy grata impresión. La de un pastor comprometido con su pueblo, con los más sufridos, excluidos y reprimidos de su pueblo, con una gran dosis de entrega y sacrificio, verdaderamente, “un signo de contradicción”, como deberíamos serlo todos los cristianos.

Unos años más tarde me encontré nuevamente con el Arzobispo de San Salvador, que en esa oportunidad era Mons. Rivera y Damas, quién había sucedido a Mons. Romero. Estábamos en el jardín de su residencia y a su lado un niño de no más de 4 años le tenía de la mano. Hablábamos de la violencia, compartíamos la preocupación tanto por erradicar las causas, como de asumir y restañar las heridas que aún no habían cicatrizado. Recuerdo que acariciando la cabecita del niño que tenía a su lado, me dijo: “él vio como un grupo de militares asesinaban a su padre, madre y hermano…quedó sólo…¿qué podremos hacer para borrar eso de su corazón?...pasarán algunas generaciones antes de lograrlo.”

El Salvador se situaba, al igual que la gran mayoría de los países centroamericanos, no ya en el “círculo de fuego” como se le denomina a esa región por la presencia y acción de los volcanes, sino en el “circulo de violencia” generada por ideologismos que hacen de la violencia un instrumento privilegiado de acción política para imponer sus intereses particulares.

En Guatemala, Honduras, El Salvador y Nicaragua, viví la persecución y asesinato de muchos compañeros y amigos, por el único delito de no aceptar “etiquetas prefabricadas”, ni “alineamientos” en función de intereses que no eran los de los trabajadores y nuestros pueblos. Más que la violencia, me rebelaba la impotencia ante la impunidad y el abandono que tienen los dirigentes y militantes sociales o políticos, cuando no existe referente legal alguno a quién recurrir en esas situaciones.

Centro y Latinoamérica vivían y sufrían lo que analistas denominaron la etapa de la “guerra fría”. A mí no me gusta mucho esta caracterización, porque era fría para algunos que observaban nuestra realidad desde lejos, pero muy caliente para quienes la vivimos, y en muchos casos la seguimos viviendo. En El Salvador, durante el año 1979 y sólo en tres meses, murieron asesinadas 900 personas. Algunas estadísticas afirman que en Centroamérica, murieron violentamente más personas que en la guerra de Vietnam.

Era la lucha por los espacios de influencia político-ideológica. Estados Unidos quería mantener su hegemonismo en la región, aunque tuviese que apoyar o imponer y sostener (como lo hizo por décadas) a regímenes totalitarios y violentos, promoviendo la presencia militar ante el fracaso de las estructuras políticas tradicionales.

Era una opción por el control militar y policial, antes que apoyar soluciones a los graves problemas sociales y económicos que se generalizaban y profundizaban en la región.

De otra parte y ante la debilidad de las estructuras políticas denominadas de izquierda, se generalizó la proliferación de grupos que optaban por el “foquismo”, la lucha armada, como la única estrategia para obtener el poder, intentando justificarse en las injusticias sociales, en la inequitativa distribución de la riqueza, en la exclusión y marginación de las grandes mayorías. Para ello, contaron con el apoyo de la Unión Soviética a través de Cuba y otras mediaciones, que estratégicamente le servían para desestabilizar el “patio trasero” de los Estados Unidos.

Esta polarización no sólo ayudaba a las radicalizaciones, sino que se justificaba en ellas mismas, y se generó una espiral de la violencia que nos acompañó durante más de dos décadas y que cubrió con la sombra de una larga noche de atrocidades, gran parte de la región latinoamericana.

Recuerdo que en esa misma época, un gran amigo y hermano entregó su tesis de doctorado en desarrollo en la Universidad de Lovaina, donde asumía toda esta problemática y llegaba a una muy grave conclusión: las resultantes de la presencia e incidencia militar en Latinoamérica y la respuesta armada de algunos sectores, confluían en las mismas y nefastas consecuencias: la de haberse autojustificado unas a otras, y ambas, ser las responsables de una postergación por más de dos décadas, de condiciones mínimas de desarrollo en nuestros pueblos.

En ese contexto, no sólo se generalizan y polarizan las opciones, que hacen difícil el desarrollo y aplicación de claros criterios de discernimiento, sino que las “etiquetas” no sólo se colocaban a otros a partir de sus opciones, sino que también sirvieron para intentar, por lo menos, autojustificar las propias, y muchas veces, esconder la cobardía por no asumirlas.

Quienes hacen el esfuerzo, no por mantenerse al margen de las realidades, sino de vivir con coherencia el pensamiento y el compromiso asumido, sufren al igual que Mons. Romero, el “etiquetado” que quiere justificar lo injustificable.

Pasa el tiempo, y el nos ayuda a verificar la validez o inconveniencia de las actitudes que asumimos, como personas y como pueblos. No somos ni queremos o debemos convertirnos en jueces, fuera del contexto o de las condiciones que viven las personas.

Para los que intentaron mantenerse fuera de la confrontación y callaron lo que debían haber denunciado, protegiendo sus intereses, Mons. Romero, en el mejor de los casos había sido utilizado como instrumento de radicalización. Para quienes deseaban que Mons. Romero se alineara en abierta confrontación contra el régimen, afirmaban que era manipulado por sectores conservadores de la Iglesia y los grupos económicos.

Y ante este tipo de actitudes, ni antes ni ahora, existen vacunas para evitarlo, y nadie está libre de contagiarse, ni siquiera dignatarios eclesiásticos.

Además de la falta de justificación para estas afirmaciones, está claramente demostrado que Mons. Romero no era un “oligarca”, su familia provenía de la clase media-baja de El Salvador y vivían austeramente. Hay quienes afirman que tanto en el Seminario como en su actividad parroquial, había encontrado algunas resistencias por su comportamiento algo conservador. Todo indica que la muerte del Padre Rutilio Grande lo sacudió profundamente. La frase “no podemos callar”, me la repitió varias veces durante mi visita, y en ningún momento me pareció una persona que podía ser manipulada.

El gran secreto de un cristiano que se precie como tal, es el “encuentro con el Señor”. En algún momento de nuestra vida lo descubrimos, lo encontramos. Él siempre está frente a nosotros, se nos manifiesta de miles maneras, se personifica en muchas de las personas que nos rodean. Somos libres de buscarlo, de descubrirlo, de encontrarlo y especialmente, de asumirlo.

Desde ese momento, somos naturalmente “signos de contradicción”.

De la misma forma que rechazo a considerar que Latinoamérica es un continente con mayoría de cristianos (otra cosa es que haya una mayoría de bautizados), y que con pesar conozco a muchos dignatarios eclesiásticos que aún no se han encontrado con el Señor, estoy convencido que en Rutilio Grande, Oscar Romero encontró al Señor, se convirtió en un “signo de contradicción”, y lo fue como el Señor, hasta su martirio.

Hoy rememoramos el martirio de un hombre, un pastor, que consciente del riesgo que corría, no tuvo temor en decir y hacer lo que debía. Mi mejor recuerdo y homenaje es que en su lugar y en su momento, yo le pediría al Señor, la gracia de poder hacer lo que el hizo, no para que me alaben en la distancia, sino como coherencia de un compromiso asumido por amor a nuestro pueblo, como el lo hizo con el pueblo que el Señor le había confiado.

Estoy seguro que hoy nos acompaña, y nos anima para que su ejemplo sirva de especial referencia a nuestro compromiso de hoy, ante la realidad que debemos asumir, o que ya estamos asumiendo.

Muchas Gracias.

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Paz y Pacificación

Por: Hna. Irene MacDannell, SP, Hno. Leonardo Rego, OMI y Mg. Jorge A. Ramos S.

¿Cómo abordar el "fenómeno" de la paz?, allá por los años setenta se abordaba a veces mediante una canción (1):


Se oye en la noche un grito sin fin,
viene llorando pidiendo la paz.
Dolor de hombres que mueren sin más.
¿Porqué la guerra, porqué la ambición?

Dicen algunos “Vivimos en Paz”
pero en el pueblo se da la opresión.

La Paz que oprime si no hay libertad,
Silencio y muerte la paz del temor.


Concepción que de una u otra manera dejaba entrever la necesidad de luchar por la tan ansiada paz, perspectiva que encontró terreno fértil para el desarrollo de una cultura de lucha, así como para la búsqueda y generación de un conflicto fructífero.

La lucha se dio, en varios frentes, el conflicto se dio, con diversos actores, pero el resultado aparentemente se debilitó en el camino, el medio se convirtió en el centro protagónico del quehacer, olvidando el fin que se buscaba. Faltó a los lideres la visión de aclarar a la sociedad que el fin supremo de justicia social era la meta, y no la lucha eficiente como garantía de una paz duradera.

Paradójicamente asistimos hoy a una cada vez más generalizada “confusión” entre paz y pacificación, pues a la luz de los años de guerra interna que vivió nuestro país y luego de lograr “pacificarlo”, al costo que todos conocemos: corrupción e irrespeto de los derechos humanos, hoy tenemos mensajes como el que en días pasados se publicaba en The Economist(2) , “El principal desafío para el presidente Alan García será mantener la estabilidad en un país donde la profunda división social y regional está contribuyendo al aumento de las tensiones políticas”, lo que refleja claramente la incapacidad de nuestros gobernantes para revertir las condiciones mismas que dieron origen la violencia; y así una vez más debemos asumir que “según analistas británicos, lo más difícil para el Perú todavía está por llegar, pues si bien la economía creció en los últimos años, los problemas sociales siguen siendo los mismos”(3).

Esto sin duda refleja una realidad que tiene un correlato extremadamente práctico en la vida de varios millones de peruanos, pues la paz puede tener varias “caras”, por ejemplo en relación a la paz laboral, la paz familiar, la paz comunal, la paz económica, la paz interna a nivel personal. Desde cada una de estas perspectivas es posible abordar el “fenómeno” de la paz e identificar aquellos aspectos en los cuales quizá estemos “pacificados” pero no en paz. Para ello es necesario reflexionar sobre lo importante que es la práctica de valores de todos los miembros de la sociedad, como base sólida de todo proyecto social tendente a brindar justicia como inicio y paz como consecuencia.

Otra de las “paradojas más grandes que se viven hoy en la región es que el bienestar de las familias es una condición fundamental para el desarrollo educativo de las nuevas generaciones, pero el acceso a ese bienestar está regido casi exclusivamente por el mercado. La calidad de vida de las familias depende del modo en que se articulan con el mercado de trabajo, en contextos en que esos mercados son altamente excluyentes y competitivos”(4).

Para mostrar esta realidad que no solo se observa desde fuera sino que además, y lamentablemente, se vive desde dentro, revisemos algunas cifras que expone el ex Jefe del Instituto Nacional de Estadística, Farid Matuk(5) en relación al crecimiento económico acontecido en nuestro país durante los últimos dos años: “…si el tamaño de la torta era 100 en el tercer trimestre de 2006, creció a 120 en el tercer trimestre de 2008; pero este crecimiento fue vano para cada uno de los tres peruanos de cada diez que padecía hambre hace dos años, porque ahora siguen siendo 3 de cada 10”.

Visto desde otra perspectiva y dicho de otra manera, días atrás advertía un líder sindical chileno en relación a la tan solicitada flexibilización laboral requerida por el sector empresarial(6) : "Las inversiones se van a ir cuando la paz social se altere. Yo estoy seguro que el día que nos agredan se acaba la paz social. Hay un límite de lo que uno puede aguantar", lo cual además nos confirma que el de la desigualdad y la falta de paz no es un problema propio del Perú, sino de la región.

Confirmando esta visión latinoamericana de la pobreza, el desarrollo y de la “paz”, tenemos que “En 2007, en América Latina el 34,1% -184 millones de personas- de la población vivía en pobreza y el 12,6% -68 millones de personas- en pobreza extrema. Sin embargo, en 2008 la pobreza sólo bajó casi un punto porcentual, al colocarse en 182 millones de individuos, mientras que la pobreza extrema aumentó a 71 millones”(7).


Consecuentemente y a la búsqueda de alternativas viables de mejores escenarios para el desarrollo de nuestros pueblos debemos asumir la “construcción de la paz como una tarea permanente, que requiere la defensa de la vida, de la ecología social y humana y de los derechos humanos, en el marco de las formas democráticas de convivencia y en función de un Desarrollo Humano Integral”(8) y comprender finalmente que “la paz no se reduce a la ausencia de violencia, ni se genera espontáneamente por meros sentimientos de compasión, ni, menos aún, puede ser solamente el fruto de decisiones de los centros de poder mundial (9).


Tarea permanente que en la Mesa de Trabajo Mons. Oscar Romero aunamos a la construcción de esperanza en los términos en los que lo plantea Cecilia Tovar(10): “Decía Mons. Romero que alentar la esperanza de su pueblo era una tarea fundamental para él; lo es también para todos los cristianos” y es que vale la pena tener presente que “…la esperanza no es un <>, sino algo que tenemos que ir haciendo realidad a través de acciones en las múltiples dimensiones que supone”.

En tal sentido vale la pena rescatar el aporte del poeta, Luis Espinal(11), en relación a la paz


Señor de la vida, enséñanos a trabajar
Para la paz, y no para la discordia;
La paz, por supuesto, basada en la justicia.


La paz debe concebirse, no solo como ausencia de violencia física, sino de una forma más integral que asegure ausencia de todo tipo de violencia, tanto física, psíquica y social; y para ello es necesario modificar todas las relaciones entre seres humanos, que garanticen justicia social como ingrediente básico de una paz sostenible, y no una situación de relaciones tensas entre los diferentes actores sociales por la injusticia estructural que tienen nuestras sociedades.

Entonces, ¿será posible cantar hoy la misma canción?, ¿quizá con otra letra?


Se oye cada día una melodía sin fin,
Viene cantando celebrando la paz.
Alegría de hombres que viven con esperanza

¿Se acabó la guerra, se acabó la ambición?

Decimos todos “Vivimos en Paz”
El pueblo es libre hoy.

La paz no oprime, hay libertad,
Alegría y vida, la paz del amo
r.


Carabayllo, Marzo de 2009.

(1) Tomado de: “Celebraciones de la Fe para Comunidades Cristianas de Base”, años setentas.

(2) Publicado en Revista “Somos” de “El Comercio”, el sábado 10 de enero de 2009, pp.3, en referencia a una publicación en “The Economist” del 05 de enero de 2009.

(3) Ibid.

(4) Tomado de: www.siteal.iipe-oei.org, “La escuela y los adolescentes”, febrero 2008, Sistema de Información de Tendencias Educativas en America Latina - SITEAL

(5) Publicado en Diario “La República”, el domingo 11 de enero de 2009, pp. 17.

(6) Tomado de “Argumentos inflexibles” en América Economía Online, Anticipo Edición 371, difundida el 31 de enero de 2009.

(7) Tomado de “El efecto más cruel” en América Economía Online, Anticipo Edición 371, difundida el 31 de enero de 2009.

(8) “Referencias para un Modelo de Desarrollo Humano Integral”, Centro Latinoamericano para el Desarrollo, la Integración y Desarrollo - CELADIC, 2008

(9) Ibid.

(10) “Reconciliación y Opción por los Pobres”, Instituto Bartolome de las Casas - IBC y Centro de Estudios y Publicaciones - CEP, 2007

(11) “Oraciones a quemarropa”, Luis Espinal, Centro de Estudios y Publicaciones – CEP, 3ra, Edición, 1988, pp. 80.


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